jueves

De un gran guerrero, a una gran reina

Al nacer, me desterraron, me negaron toda una vida, pero ahora no puedo separarme de la que tengo. He surgido de entre los campesinos: he comido, crecido y he vivido como ellos. Mi padre me enseñó el amor a Facón y por ella pelearía hasta después de la muerte. Hasta hace poco no conocía mi verdadero origen, pero hoy lo sé, y mi historia empieza así.

Breco era una gran ciudad, gobernada por el rey Grathio y la reina Arlette que estaba embarazada, el día que dio a luz, su esposo se enfrentaba en gran batalla para apoderarse de Brimania, Cares y Facón, los reinos próximos a Breco. Mientras él ganaba sus batallas, su esposa daba a luz siendo atendida por su criada Cliotides y su hermana Tibadia.

Lo inesperado surgió, el parto fue difícil y la reina dio a luz al primer bebé, pero los dolores continuaban, de repente gritó fuertemente y pujó una vez más, quedando desmayada y dando a luz a otro bebé. La criada gritó: “son dos, son dos niñas”, y Tibadia le ordenó que se callara inmediatamente, y tomó a las dos bebés muy de prisa. Pasaban ya las 12:00am y a Tibadia le invadían poco a poco los malos deseos. Siempre había tenido celos y envidia de Arlette, y aún estaba enamorada de Grathio, pero él siempre prefirió a Arlette y por eso la tomó como esposa.

Los celos, la envidia, el dolor y sobretodo el odio a los reyes llevaron a Tibadia a tomar la decisión: llevarse a una de las niñas y ordenar a Cliotides que callara y llevara el secreto a la tumba, le entregó a una bebé y le dijo que cuando la reina despertara le dijera que solo era una y tratara de no despertar sospecha.

Tibadia tomó a la otra bebé, se puso en marcha, cambió su apariencia vistiendo con harapos. Así, salió del palacio y se dirigió hacia donde vivía el famoso mercader Tolomeo, famoso no por ser buena persona, su fama era de un truhán, se decía que era capaz de vender hasta sus propios hijos. Cuando llegó donde él, le entregó a la niña junto con una bolsa y dijo que se la llevara lejos de Breco y la vendiera a cualquiera, pero que debía guardar el secreto, suplicole se fuera de inmediato y que ni su sombra haría memoria de ese hecho jamás en su vida.

Cuando el rey regresó, habían pasado ya tres días. Su aspecto era el de un hombre cansado pero satisfecho a la vez pues había conquistado tres reinos más: Brimania, Cares y Facón.

Al llegar a su palacio recibió la gran noticia: Arlette descansaba ya con su pequeña hija en brazos. Grathio corrió a conocer a su pequeña hija y tomándola en brazos, agradeció a los cielos. Pasados los días tomaron la decisión de nombrar a la bebé como “Aranza”, ella creció feliz al lado de su familia y siempre tuvo todo cuanto quiso.

Aranza crecía y crecía, ya era toda una mujer, sus cabellos como el sol llegaban debajo de su cintura y sus ojos como dos estrellas iluminaban a sus padres. Era la doncella más hermosa y refinada de la ciudad, cualquier hombre habría dado la vida por ella, en especial Solomeo, el capitán del ejército de Breco. Solomeo suspiraba y perdía la razón cuando el nombre de Aranza era mencionado.

Mientras en Breco todo iba normal, en Facón, uno de los reinos conquistados por Grathio, se cometían los más grandes abusos, por parte de su embajador Franco. Se exigía a los campesinos que tributaran el 75 por ciento de sus cosechas al rey, que pagaran el impuesto puntualmente. Cuando esto no era cumplido, Franco se encargaba de desenvainar su espada, y cobrar los tributos y los impuestos con la vida del campesino que no cumplía con sus altas exigencias. Toda la gente de Facón se quejaba, pero nadie hacía nada.

Todo cambió la mañana en que Franco arrebató la vida de mi padre. Cuando yo regresé del campo, encontré a mi padre tirado en el suelo, agonizaba, parecía que estaba acostado en un mar de sangre, lo tomé de la mano y le prometí que vengaría su muerte.

Como dije, nadie había hecho nada antes, pero yo Araneli, tomé la muerte de mi padre como el detonador de la gran guerra entre Breco y Facón. Sentí correr por mi cuerpo un espíritu que jamás había sentido: el de un guerrero que tenía ansias de vengar y de ganar. Movido únicamente por un odio absoluto a todo lo que tuviera relación con Breco. Yo era el menor de todos mis hermanos, me crié como ellos, para mi padre era lo mejor, así no sufriría los atropellos de los soldados.

Después del entierro de mi padre, me interné en las montañas por dos años, estos me sirvieron de entrenamiento. Cuando por fin regresé a Facón, todo seguía igual. Primero me reuní con mi hermanos y mis amigos, les dije que teníamos que armarnos: de valor y enfrentarnos de una vez por todas a los indignos que gobernaban toda la región. Al principio no lucían convencidos, pero ese espíritu de venganza y odio se apoderó de mis palabras, propiciando el convencimiento de mis primeros aliados en la guerra contra Breco.

Me costó alrededor de cinco años reunir y preparar a todo un ejercito, estaba conformado por campesinos de Facón, Brimania y Cares. Éramos alrededor de unos 10,000 hombres que durante cinco años, todas las noches salían a las montañas a prepararse, para combatir y luchar por sus vidas y las de sus familias.

Nuestro plan era atacar primero a todos los destacados en Facón, luego seguiría Cares y antes del gran golpe, Brimania. Así fue, atacamos primero al destacamento ubicado en Facón. Mientras los malditos dormían, mi ejército tomó posición en los lugares debidamente planeados. Las mujeres y niños salieron de sus casas, pues tenían orden de esconderse en las montañas.

Todos esperaban la señal, cerca de la medianoche, la corneta sonó tres veces, luego los tambores, la hora había llegado. Al frente estaban los arqueros, que derribaron con sus flechas a casi todos los soldados de guardia. Después, abrimos las puertas y con lanzas, espadas y otros empezamos a matar, uno a uno; ya olía a sangre, los gemidos de dolor aplacaban el sonido de las cornetas y tambores. Al sonar el filo de la espada atravesando un cuerpo, lo acompañaba nuestro juramento, gritado a todo pulmón por mi ejército: “por el honor, justicia, venganza y nuestras tierras”. Todavía escucho las súplicas de Franco, pidiéndome que no le matara, pero al verlo, solo podía recordar a mi padre muerto. Entonces, limpié la sangre de mi espada, ya sucia de muchas muertes anteriores; quería tenerla limpia para matar a ese tirano, cuando ya estaba listo, grité: ¡por mi padre! y de un tajo corté su cabeza, disfruté el ver y oler la sangre aún caliente en mi espada, era la sangre de ese mal nacido.

Esta misma rutina seguimos en Cerpas y en Brimania, perdíamos miles de soldados, pero se nos unían más, nuestros trofeos eran las cabezas de los embajadores de estas regiones: primero la cabeza de Franco, luego la Pariseo y al final en Brimania, la de Salco. Todos nos extasiábamos al ver en nuestras mesas las cabezas de aquellos malditos.

Aún faltaba nuestro gran golpe, Breco, nuestro odio o sed de justicia se había extendido; y la fama del gran guerrero Araneli con ello.

Después de haber tomado a Facón, Cerpas y Brimania, nos dirigimos a Breco, tardamos 15 días en llegar, ya casi amanecía. Las puertas de la ciudad estaban custodiadas, más que de costumbre; seguramente, ya habían sido avisados.

El bosque sirvió de escondite durante todo un día, mismo que sirvió para darnos cuenta de los movimientos del capitán Solomeo y sus hombres. Al caer la noche, nos dispusimos a empezar el ataque. Esta vez, los ejecutores de las cornetas y tambores, tenían la orden de tocar hasta que los arqueros terminaran; y así fue, los primeros hombres ya habían caído, los demás abríamos las puertas de la ciudad

“Por el honor”, era la frase que sonaba en toda la ciudad, pero poco a poco se extinguía y era avasallada por los gemidos de dolor, de todos los caídos en combate. Mis compañeros más cercanos y yo entramos al palacio, los que salieron a nuestro encuentro, no vivieron para contarlo. Llegamos al salón principal, allí se hallaban Grathio y Solomeo. Le pedí a mis amigos, me cedieran el honor de acabar a los dos malditos con mi espada.

El enfrentamiento con Solomeo fue desgastante, luchamos largo rato. Él me superaba en fuerza y lógicamente en tamaño, pero mi cuerpo liviano, me permitió más agilidad y destreza. Cuando al fin había logrado que tirase su espada y a punto de darle la herida mortal, una mujer gritó: “no, por favor, yo lo amo”, y se tiró sobre él. Entonces mi espada cayó, pero no por la suplicas de esta joven, si no por el asombro, era exactamente igual que yo, sentía que estaba frente a un espejo; todos empezaron a gritar: “mata a los dos”, nisiquiera se habían dado cuenta de nuestro parecido. Mi cuerpo temblaba, no podía entender lo que pasaba, como pude me quité el casco y la miré fijamente a los ojos, ella también estaba asombrada. Mientras nos mirábamos fijamente, Grathio y otras tres mujeres salieron de su escondite. Todas las miradas estaban puestas en nosotros, pero nadie decía nada, hasta que Cliotides, la criada, dijo: “es el mismo cielo quien se ha encargado de reunirlas”, fue lo único que dijo, porque de la nada, Tibadia le encestó una espada y la criada cayó al suelo.

Mientras los reyes hacían preguntas a la moribunda, Tibadia trató de huir, pero entonces, caí en la cuenta, de que ella podía descifrar lo que mis ojos aún no terminaban de creer. Corrí y la detuve, entonces Grathio gritó: “Tibadia, maldita explica ahora mismo lo que aquí pasa”.

Nos dijo que la envidia y el rencor la habían segado y que cuando Aranza y yo nacimos, me vendió a un mercader, en venganza contra mi madre; del mismo modo se encargó de que nadie más que ella, Cliotides y el mercader supieran el secreto tan atroz.
No lo podía creer, las personas a las que más odiaba, en un abrir y cerrar de ojos, se habían convertido en mis padres. Eulípides, mi compañero, el que siempre cuidaba mi espalda y yo de la suya, se acercó y dijo: “entonces, ¿eres una mujer?”, y con la voz entrecortada respondí -sí.

Grathio y Arlette se acercaron a mí, y pidieron perdón por haber estado lejos de mí todo este tiempo. Pero, mi gran amigo Eulípides hizo la gran pregunta: -¿Qué va a pasar ahora, con nuestra guerra, Araneli? Entonces, Grathio reconoció que sus hombres de confianza le habían defraudado y juró dar libertad a Brimania, Cerpas y Facón. Mis hombres se alegraron y corrieron a difundir la noticia.

Aranza y mis padres pidieron que viviera con ellos, pero yo, ya tenía toda una vida hecha en Facón, para mí, mi familia eran los hijos del herrero del pueblo, mis hermanos. Aunque las cosas cambiaron un poco, ahora todo Facón había depositado su confianza en mí, convirtiéndome así en la primera mujer que gobernaba una ciudad en todos los alrededores, ya no sería más “el gran guerrero Araneli”; ahora soy “Araneli, la reina y señora de Facón”.

Algunas veces visito Breco, pero nunca podría separarme de Facón, allí está mi corazón y alma, toda la gente que quiero y por la que lucharé hasta la muerte. Y por todo Breco, Brimania, Cerpas y la gran Facón, se conocerá la historia, del gran guerrero que se convirtió en reina.

1 comentario:

P dijo...

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