viernes

¡Qué Indio!

Desde la escuela, nos enseñan cálculos numéricos, que para aprender a hacer cuentas, nos imparten la clase de lenguaje, para saber escribir, leer y hablar; llegamos así a sociales y nos dicen que la familia es la base de la sociedad: ¿Y nuestra historia?, ¿es que acaso no vale la pena mencionar a aquellos que fueron despojados y marginados, poco a poco por una sociedad “civilizada”?

Ni en educación básica, ni en la media, nos enseñan cómo nuestros antepasados los indígenas fueron despojados y vilmente rechazados y marginados por los que en teoría eran personas civilizadas y educadas, pero que en la práctica demostraron todo lo contrario.
De las pocas cosas que recuerdo de mi paso por el bachillerato, lo único que viene a mi mente es la masacre de 1932, claro está, este gran acontecimiento que marca en gran manera nuestra historia fue presentado únicamente como un levantamiento campesino, donde murieron muchos. Fue con el paso del tiempo, que descubrí que ese simple levantamiento como lo quieren hacer ver, no es tan sencillo: trataron de exterminar por completo a toda nuestra raza indígena, de una manera falaz y cobarde.

Cómo me hubiese gustado, escuchar en cualquiera de mis clases las palabras de Juan Manuel Rodríguez, uno de nuestros próceres, de esos a los que supuestamente les debemos nuestra independencia: “Las tierras de lo interior, están mal repartidas, porque los indígenas poseen en común la mayor parte”. Me parece el colmo del cinismo, si nos hacen aprendernos las biografías de estos señores, por qué no darle un momento especial al tema de la conquista y sometimiento de nuestro antepasados.

Mario Mata comentaba en la conferencia algo que por lo menos yo no conocía, es acerca de todos los procesos legales que estableció el Estado en aquella época, donde los indígenas no eran tomados en cuenta, y aún peor, por estas leyes eran frustrados todos sus intentos de organización y se aceleraba su aniquilamiento: ¡increíble!


Manuel Álvarez, nos recuerda al pobre indio que perdió su linaje y hoy en día anda solo, triste, ignorado y lleno de recuerdos. Este poema no hace más que recordarnos, como lo hacía Mata, la triste realidad a la que han sido relegados nuestros antepasados, una realidad de la que nosotros también somos participes: al esperar que un superhéroe venga y devuelva todos sus derechos a estas personas, cuando nosotros mismos como comunicadores podríamos crear estrategias de comunicación, para irles devolviendo poco a poco terreno o importancia; también, nos unimos a este rechazo con el simple hecho de unirnos a la idea de que el indio es lo peor, cada vez que alguien dice algo que gramaticalmente no es válido, con carcajadas y todo exclamamos: ¡qué indio! ¿Hasta cuándo seremos parte de este olvido y marginación súper impuesto?


El indio


Pobre del indio, que perdió el linaje
De las plumas,
del arco y de las flechas,
Que herido como león en el boscaje
A solas va, por ignoradas brechas;

Ora triste, ocultando su coraje,
Sobre el polvo de ruinas ya deshechas,
Recuerda de su América salvaje
Sublimes glorias de pasadas fechas…

Manuel Álvarez Magaña




lunes

¿Éxito?

Juanito siempre soñó con ser un licenciado, quería tener un auto, una casa con piscina y muchos cuartos para poder invitar a sus amigos. –Para eso tienes que estudiar mucho–, le dijo su mamá. – Entonces lo haré–, dijo con gran entusiasmo.


Los años pasaron y Juanito crecía, acompañado siempre por el deseo de triunfar y ser exitoso. –¡Lo lograste!–, dijo un día su madre, con la voz entrecortada y con una lágrima sobre el cándido rostro que había sido la inspiración para seguir adelante, del que ese día dejaba de ser Juanito para ser el Licenciado Torres.



Todo parecía estar bien, los estudios terminados, apartamento propio, la novia ideal, y el hombre más exitoso en su trabajo. De allí la razón de que la madre de Juanito no comprendiera aquella carta, de aquel día gris en que el teléfono había traído consigo una melodía mortal. –Tengo que darle una mala noticia señora, su hijo ha muerto–.



La madre de Juanito corrió, no dejaba de preguntarse cómo había ocurrido tal tragedia, –¿habrá tenido algún accidente?–, –¿lo habrán asaltado? Pero, lo que nunca se cruzó por su mente, era lo que realmente había sucedido: Juanito se había suicidado. La noticia la desconcertó en gran manera, pero, más aún aquellas palabras que le traspasaron el corazón.




Ya no soportó más, la vela de mi vida se extingue poco a poco y nadie se da cuenta: todos están ocupados, como yo. ¿De qué sirve vivir en este mundo, donde ya nadie se interesa por nadie y tener éxito se ha convertido en la forma más grande de cinismo que se pueda conocer?

Ayer, presencié la escena que despedazó mi alma, miré fijamente al espejo y descubrí que aquel niño que siempre estuvo en contra de la desigualdad, en contra de la robotización del ser humano, en contra de conseguir el éxito a costillas del otro, se había convertido en uno más de esos, de los que aplastan a pasos grandes y rápidos a los más pequeños.

Sé que es una forma cobarde y mediocre y que tal vez esta no sea la solución, pero, ¿qué más da? Hoy muero y mañana nadie me recordará, tan solo esa flor radiante que siempre estuvo a mi lado, aunque su pequeño hijo se haya convertido en un monstruo. ¡Gracias mamá!




Vaya que esta sociedad nos devora poco a poco, los pequeños o grandes monstruos que vemos todos los días en la televisión o en los periódicos, son nada más, otro de los beneficios de este mundo tan acelerado y deshumanizado en el que vivimos.





En los inicios de nuestra sociedad “civilizada”, en aquella época donde fuimos irrumpidos y atacados por hombres que jamás habíamos visto, y que paulatinamente nos despojaron de todo, empezó el aniquilamiento.




Primero, fueron nuestros antepasados, esa gente morena, sincera y trabajadora, que con el paso del tiempo fue ignorada por leyes, que en teoría traían bienestar para todos, más no para ellos.



Así fue, esos “indios” como les llaman algunos, de una forma en la que parecen olvidar su verdadero origen; fueron aniquilados poco a poco. No se les tomó en cuenta en la toma de decisiones, en la repartición de tierras, aunque fueran suyas.



Si antes los hombres fueron capaces de hacer esto, a otros de su misma raza, ¿qué no harán ahora?, si viven en una sociedad que camina a mil por hora y que en la búsqueda de su reconocimiento parecen perderse aún más.



Globalización o no, qué importa, lo que interesa es que seres como Juanito no se aniquilen así mismos, ni que haya otro desaparecimiento total del hombre al hombre. Ya no es tiempo de cruzarnos de brazos y juzgarnos, es hora de empezar a caminar y tratar de arreglar un poco, con pequeñas o grandes cosas, este mundo que aunque parezca no tener solución, si la tiene.

viernes

¿Qué tal? Si un día nos despertamos y nos hemos convertido en una inmensa cucaracha, escarabajo, tarántula, o un horrible y desgarrador monstruo; así como le sucedió a Gregorio Samsa, cuando despertó y ya no era él.
En este mundo donde sobrevive el más fuerte y el que mejor sepa ocupar sus tentáculos, ya sea para engañar, sobresalir y sobre todo para ganar; ya no existe diferencia entre ser un monstruo o tener éxito.
Las empresas buscan gente que esté dispuesta a dar el todo por el todo, ya no importa mentir a las personas, con tal de vender un producto: en este mundo globalizado, lo primordial es adaptarse. Debemos adecuarnos a las normativas de nuestros empleadores, aunque estas vayan en contra de nuestros principios.
¿Por qué criticar al pagador de la Asamblea Legislativa?, ¿No es acaso eso lo que le enseñó la sociedad?, y conste que no le estoy justificando, nada más digo que él y otros nada más son un producto de un mundo globalizado.

¿Hacia dónde vamos?

Cada vez nuestro país se ahonda más en una crisis económica de la que parece no poder salir. Según el Programa Mundial de Alimentos: “En Latinoamérica la situación más grave la sufrirán El Salvador y Guatemala”, refiriéndose a la increíble alza de precios de los alimentos y sus consecuencias, ya que hasta las reservas mundiales de comestibles se encuentran en su menor nivel, en comparación a años anteriores ¿Será acaso esto un producto más de la globalización?

Quizá la respuesta no se sepa, o pueda que existan muchas, lo cierto es que nuestro país ha tenido una serie de transformaciones, que a mi juicio no han sido las más convenientes. En su búsqueda por la integración a un mundo globalizado, ha tratado de seguir pasos propios de la globalización: privatizaciones, firma de acuerdos, tratados, consensos, y hoy por hoy la garantía de una seguridad judicial.

Si estos cambios han traído beneficios o no al país, la respuesta la tendrá cada uno de nosotros al evaluar nuestras mejoras o desmejoras, según el avance de los años. Lo cierto es que en comparación de años anteriores la desigualdad social, económica, laboral, entre otras, han ido en aumento: más zonas marginales, como el caso de los habitantes del Km. 3 1/2 del Boulevard del Ejército. Mano de obra baratísima en todas las maquilas radicadas en el país, y qué decir de la explotación sufrida por los empleados de estas empresas. Pero, qué se podía esperar, ¿no es acaso ese, el perfil del sujeto que busca la globalización? Un humano que más que humano se asemeje más a los animales, siguiendo la misma ley de estos: la de la supervivencia.

Aquí gana quien se apegue a estos modelos, quien aprenda a llevarse por los pies a los demás: ser como una máquina o en su defecto un verdadero animal. Pero, es eso, o morirse de hambre.

¿Hacia dónde vamos?, es la gran pregunta, hacia un camino donde se abran más brechas y exista más exclusión social, más pobreza y marginación, o a uno lleno de oportunidades para los más desfavorecidos. Según como señala el PNUD ya no se trata de combatir al modelo de la globalización, se trata más bien de un pronto encauce. Ahora con esto, surge una nueva pregunta: ¿Cuándo surgirá este encauce?
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